jueves, 22 de marzo de 2018

Me quedé dormida.

Me quedé dormida en la calle. Me quedé dormida esperando ver tus ojos aparecer por las esquinas. El aire gélido resbalaba por mi piel como hojas verdes en la nieve. El cielo estaba apagado, la luna no quiso despertarse aquella noche. Ni siquiera las estrellas tuvieron aliento suficiente para brillar. El cielo agobiantemente negro reflejaba los secretos de mi pecho. Mis ojos de mar y tierra se estaban convirtiendo en piedra. Obsidiana fría con grietas de horizonte.
Desde que te fuiste dibujé tus pasos repetidamente sobre el asfalto. Subías las escaleras, me cogías en volandas y compartías conmigo el aire de tus pulmones. Tus labios volvían a poner sobre mis mejillas el mundo entero. Y de repente tus rizos, tus ojos y tu boca se desvanecían al sol del viento. Volatil, helado, sin vaivén, para no volver. Pero tu reflejo se rompía otra vez en mis entrañas y tus quimeras se divertían enloqueciendo mis suspiros. Mis músculos empezaban a gritar desesperadamente. Tanto frío que los poros de mi cuerpo se deshilachaban de mi piel. Nada comparable al frío que tu ausencia clavaba en mis pupilas. 
Ojos bien abiertos. Mirada fija, viendo todo sin ver nada. Los faros de un coche que se encendían. La luz de las ventanas que se apagaban. Los transeúntes con sus ojos sorteándome. Dagas en mi pecho procedentes del eco de tu risa, del sabor de tus rincones, del fervor de tus caricias. 
Una plaza gris y desolada y yo en mitad de la nada esperando que volvieras mientras el tiempo se empeñaba en volar y a ti que volar conmigo te daba pánico.
Ojos bien abiertos. Mirada fija. Mente dispersa. Corazón ansioso. Esperanzas dormidas.

miércoles, 7 de junio de 2017

La ciudad que me aguarda.

Simplemente no quiero llegar a casa. La ciudad me acoge mejor que esas cuatro paredes con eco. Los coches, las farolas, las personas conversando, los perros jugando en la tierra y los árboles que bailan con el viento. El murmullo de la gente que dejo atrás mientras camino, algún bebé que llora, un semáforo que pita y el que yo espero que se pone en verde y aún así no cruzo porque hay un coche en marcha parado y ese sencillo sonido parece que me da luz en mi interior. Las calles que terminan a mi paso. Me quedo sin camino por recorrer y siento que me ahogo. 

El barrio ya está a oscuras bajo la luz de la luna y mis pies dibujan cada vez más pequeñito, cada vez con menos color.
Amigos escuchando música en un banco, un par de señoras mayores riendo a carcajadas en otro. Sus risas hacen que la ciudad parezca que tiene vida propia y que nada malo puede ocurrir aquí.

Cruzo la esquina y un precioso parque me espera justo en frente. Un banco en la penumbra me aguarda. No sé el tiempo que pasa mientras estoy sentada aquí pero daría lo que fuera porque se convirtiera en eterno antes que volver a esas cuatro paredes con eco. Porque cuando vuelva a casa, un día más, no habrá nadie esperándome. Y a veces cualquier cosa es mejor que la soledad. 

Cualquiera.

miércoles, 17 de agosto de 2016

Tanteando secretos.

Hoy la noche está para secretos. Para cuentos de hadas. Para historias de amor, o para historias prohibidas. Es la noche de lo inimaginable, de lo perdido, de lo demacrado, de las canciones en silencio y las caricias a distancia.
La luna susurra grande y anaranjada desde el gran desierto negro y asegura que hay noches en las que todo es posible. 

Quizá ésta sea una de esas noches y por fin pueda contar muy de cerca las pecas de tus mejillas y surcar con mis dedos las líneas que dibujan tus labios. Quizá ésta sea la noche de los besos soñados, de los paseos en tu espalda y los bailes que nunca me pediste.

Quizá ésta sea la noche en la que se cumplen los sueños y la felicidad existe, en la que los barcos vuelan y la segunda estrella a la derecha es más fácil de alcanzar. Quizá ésta sea la noche de los perdedores, de los convictos, de los más pequeños, de aquellos en los que nadie creyó nunca. Quizá ésta sea la noche para emprender el camino y hacer de la oscuridad una herramienta más apropiada que la luz.

Quizá ésta sea la noche en la que por fin todos seamos her(hu)manos, en la que la metralla se convierte en polvo para siempre y las banderas blancas dibujan nubes altas en el cielo. Quizá ésta sea la noche para proclamar la libertad de los caídos, para derretir el miedo y blandir vínculos en vez de espadas.

Quizá ésta sea la noche en la que no hace falta estar borracho ni ser niño para decir la verdad, en la que las palabras cuentan igual que los silencios o en la que ni siquiera es necesario hablar, en la que nos cuesta lo mismo dar que recibir,  en la que se valora más mirarse a los ojos que escribir detrás de una pantalla.

Quizá ésta sea la noche de todo lo que nos disgusta o todo lo que nos enamora, de poner el mundo del revés, de mirar las cosas cambiando de cristal, de descubrir las respuestas de todas nuestras preguntas.

Quizá... Quizá ésta sea la noche perfecta para decir basta; 
Se acabó.




lunes, 1 de agosto de 2016

Soledad.

Se te hace difícil volver a confiar en las personas cuando no dejan de decepcionarte, ¿verdad? Incluso llegas a plantearte que el verdadero problema eres tú. Quizá tengas razón, quizá eres más difícil de la cuenta y no sirves para estar en compañía. Probablemente esa sea la gran razón por la cual te encuentras tan bien solo, sin tener que confiar en nadie ni hacer que confíen en ti. Tú y el mundo, tu aire, tu libertad, tu espacio, tus ansias, tus llantos, tus risas, tus aventuras, tus sueños. Sin nadie que te diga que va a estar ahí contigo para que al final sea sólo otra mentira más. Sin engaños, sin robos, sin ultrajes. Como si se tratara de una pequeña gaviota solitaria que planea libre sobre el mar. Libre sin miedo a hacer daño, a que te hagan daño. Libre sin la necesidad de pensar en nada más que no sea tu felicidad. Qué egoísta eres, ¿no? ¿Es que sólo vas a pensar en ti? Recuerda que vives en un mundo complejo repleto (demasiado) de personas. Recuerda que no estás del todo solo aunque eso sea lo que quieras. Recuerda que una pequeña parte de ti, aunque no lo quieras reconocer, busca la aprobación, el calor, la compañía de otras personas. Y sobre todo recuerda que estás expuesto a ello y no lo puedes remediar, pero estar expuesto al dolor significa que también puedes estar expuesto a la felicidad, a pesar de que sea efímera y fugaz.

Al fin y al cabo piensa que si hay otras personas a tu alrededor es porque pueden aportarte algo que tú solo jamás conseguirías.



martes, 8 de diciembre de 2015

Tropieza, pero no pares.

A veces me cuesta reconocer que soy de esas típicas personas que no dejan de tropezarse una y otra vez con la misma piedra. Una y otra vez. Una y otra vez... Y me da tantísima rabia... Me llego a sentir verdaderamente estúpida. Pero en fin. Innegable. Así soy yo.
El proceso suele resultar muy jodido en algunas ocasiones. Una pregunta me ronda continuamente la cabeza: "¿ya estamos en las mismas otra vez?". Me agobio. Me abrumo. Me automatizo. Me frustro. Me vengo abajo (muy abajo). Me enfado (me enfado mucho). Y nunca me doy cuenta de ese pequeño y fugaz punto de inflexión que me hace abandonar esos pensamientos irracionales y me devuelve a la vida real. Puedo seguir sintiendo dolor (a veces lloro y cada lágrima derramada es como un trozo de alma, de vida, de alegría que se me va). Puedo seguir sintiendo rencor, incluso cólera. Pero todo eso pasa a un segundo plano, porque ese pequeño y fugaz punto de inflexión me hace entender que de cada tropiezo aprendo algo nuevo que me hace más fuerte, más sabia, incluso más bella. Aprendo que es imposible mantenerse siempre en línea recta. Que por muy en picado que vayan a veces la cosas, alcanzar la cima no es tan difícil si el sentimiento de querer llegar a ella es sincero y profundo. Que incluso el que cree que va a estar toda su vida en la cima caerá, y esa será una caída peor que la de los que nos tropezamos continuamente. Porque gente como nosotros sabemos volar pero manteniendo los pies en la tierra. Sabemos seguir hacia adelante. Sabemos valorar lo fantástica que puede ser la vida. Sabemos que algún día seremos protagonistas de algo maravilloso. Sabemos encontrar la alegría hasta en los lugares más recónditos. Y eso nadie, ni nada (ni siquiera el mayor de los tropiezos) tiene el derecho de arrebatárnoslo.




viernes, 18 de septiembre de 2015

Fuego.

Me encantaba sentarme allí, en mitad de la nada, admirando cómo al atardecer el sol convertía en fuego la hierba, los árboles, el agua, el cielo. Ese color rojo intenso se me clavaba en el pecho, y por fin podía sentirme bien. Vacía, sí. Pero bien. Porque no había nada, sólo naturaleza. Y la naturaleza puede ser devastadora, pero mucho menos devastadora que el daño que puede llegar a hacerte un ser humano.





domingo, 21 de junio de 2015

Uno y no más.

He de reconocer que no soy de las personas que piensan que la vida es corta. 
No sé si es corta o larga, no me paro a pensarlo, ni me paro a medirla en segundos, minutos ni horas, ni siquiera en momentos. 
Soy de las personas que viven los segundos, minutos, horas e incluso los momentos sin más: no los cuestiono, no los cuento, ni los evalúo. Sólo los vivo.

Eso sí, los vivo como si cada uno de ellos fuera el último. Como si ya no volviera a ver el sol al amanecer, o no volviera a probar unos labios que me hicieran perder la cabeza. Como si jamás volviera a recorrer las calles vacías en la profunda madrugada, cuando todo el mundo duerme y nadie más se preocupa por respirar.

Los vivo como si el mañana no existiera, como si temiera que fuera la última vez que respiro este aire impuro y corrompido, intentando exprimir cada sensación, cada emoción, cada sentimiento. Como si las estrellas fueran a desaparecer de un momento a otro del firmamento y mis ojos no pudieran acostumbrarse a tanta oscuridad y desolación. Como si el viento dejara de dibujar olas en el mar y mi cuerpo desnudo no pudiera disfrutar del vaivén de su libertad.

Los vivo como si fuera la última vez que escuchara a la brisa transportar la música de los pájaros y los árboles al bailar, como si no volviera a quedarme dormida a la intemperie en el césped mojado en plena noche de verano, como si mis pies estuvieran gritándome que van a dejar de caminar. 

Los vivo pensando que cada experiencia es única e irrepetible, efímera y pura. 
Los vivo como si me diera miedo dejar de hacerlo.